domingo, 30 de abril de 2017

El prólogo de Cristina Kirchner a la Antología del Bicentenario para Secundaria y la tradición independentista hispanoamericana

Cristina Fernández de Kirchner ha prologado el Libro de lectura del Bicentenario para Secundaria y ha propiciado, con eso, el gesto de una intervención que reconoce antecedentes para quienes deseamos siempre leer las relaciones entre literatura y política, lectura y poder.

Ese prólogo dispersa sentidos que encuentran una referencia clara en la tradición discursiva de la emancipación latinoamericana, en la cual se otorga a la lectura una incidencia potente en el destino de los pueblos; tradición que conforma una galería en la cual José Martí descansa en la más importante de las habitaciones.

En efecto, para Cristina, integrante de una generación en la cual “(al libro) lo atesorábamos, lo llevábamos a la cama, lo releíamos una y otra vez si nos había gustado mucho”, la dictadura de 1976 vino a quemar “en las piras incendiarias” una tradición que otorgaba a la literatura también un lugar decisivo en la narración del pasado, y una escuela de formación para la acción militante.

Entregar desde el Estado esta antología a las nuevas generaciones viene a reincorporarse en la historia a través de los libros. Y replica, con inversión bicentenaria, el gesto estatal de los célebres Trozos Selectos, las Lecturas escogidas y los Elementos de teoría literaria de Oyuela, textos centrales del primer Centenario, en los que, si bien, como ha señalado Diego Bentivegna, los propósitos son otros (el purismo lingüístico como barrera de contención frente a la poliglosia inmigratoria, la configuración literaria de la exclusión aborigen y la absorción de lo gauchesco como cultura popular controlada), se advierte, sin embargo --en Ricardo Rojas y Joaquín V. González, sobre todo: canonizadores, los dos, en sus intervenciones selectivas--, que hombres (y mujeres) de Estado encuentran en la literatura un instrumento potente para la conformación de la subjetividad.   

Desandando la premisa de los planteos más enfáticamente autónomos, los libros, como sostenía Martí, tienen una misión social y cognitiva que cumplir, y que solamente la lectura hace eficaz.  Tanto para Cristina como para Martí, la lectura es un tesoro y una provocación de belleza en la tradición del intelectualismo clásico, que reabsorbió y reelaboró el pensamiento hispanoamericano del siglo XIX: templanza, educación del juicio, armonía y proporción y, por eso, sentido de justicia, es decir, de equidad. Para el patriota cubano, la función de la lectura es más alta, y se vincula directamente a la estatura social del hombre.

Otra maestra latinoamericana que reconoce este poder disciplinador de la belleza, singular en sus intervenciones públicas vinculadas con la educación, es Gabriela Mistral, que reclama en varios de sus escritos la belleza como medio y fin de la enseñanza. En sus textos acude una y otra vez a este asunto: Yo me pongo más feliz que Miguel Ángel cuando termina el David cuando hago una hermosa clase. Toda lección es susceptible de belleza.

A su vez, Cristina referencia la potencia develadora de la lectura en el libro prohibido, pero suspende esa referencia política para abrir la serie del reconocimiento “nacional” a una concepción quizá más autónoma de la literatura y como reverso del libro “víctima del terrorismo” por su obligación de estadista: la mención de Borges y de Cortázar. Pero la “literatura” verdadera es la que el poder lleva a la pira y que ha pagado el escarnio de la censura, esa otra lectura, es más propia de “las letras”, es decir, de la ficción desinteresada. Modo, asimismo, de inscribirse en otra tradición, también decimonónica, la sarmientina: para el maestro sanjuanino, la acción política necesita “libros verdaderos”, no mentiras de la imaginación (Cf. Facundo, Capítulo II).

Lectura y escritura son forja del alma, como quería Martí (Esto lo he leído en el cielo), pero, para Cristina, también son puntapié para otras decisiones más globales: Las preguntas que responde la lectura son solo de orden individual, las grandes preguntas (es decir, las preguntas políticas) esperan respuestas de construcción colectiva: la lectura es entrenamiento necesario para salir al encuentro de otros, para la asociación colectiva, para el deseo del poder…, expectativas que descansan en la dimensión épica de la acción política, en una conceptualización del sujeto que se vincula con una misión trascendente para la que hay que formarse: la lectura hace su contribución en ese campo, amparada en los grandes relatos de la modernidad (aspecto que también destaca Elvira Arnoux en Hugo Chávez) de los que se apropió la tradición decimonónica hispanoamericana como matriz de sentidos para la acción independentista.
© Diego Di Vincenzo, abril de 2017.

Referencias bibliográficas

AA VV, El libro de lectura del Bicentenario. Secundaria. Buenos Aires, Ministerio de Educación. Plan Nacional de Lectura, 2010.

Elvira Arnoux, El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez, Buenos Aires, Biblos, 2009.

Diego Bentivegna, El poder de la letra. Literatura y domesticación en la Argentina. La Plata, UniPé Editorial Universitaria, 2011.

Joaquín V. González, La tradición nacional, La Plata, Unipé Editorial Universitaria, 2016.

José Martí, Obras completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975.

Gabriela Mistral, Magisterio y niño. Santiago, Editorial Andrés Bello, 1979.

Calixto Oyuela, Elementos de teoría literaria. Buenos Aires, Estrada, 1885.

------------------, Trozos escogidos de literatura castellana: desde el siglo XII hasta nuestros días (España y América), Buenos Aires, Estrada, 1885.

Ricardo Rojas, Historia de la Literatura Argentina-Tomo 1, Buenos Aires, Losada, 1948.
Domingo F. Sarmiento. Facundo. Civilización o Barbarie. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1986.




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