También Quiroga (Horacio) temió a un tigre cebado, temió como
el riojano (Facundo). Horacio cuenta a sus hijos la muerte de un tigre que lo
acechaba, y lo hace en la convalecencia de la recuperación: el tigre da un
último zarpazo al cazador que lo ultima, le alcanza las “costillas” y escribe
mientras que se recupera.
Chiquitos míos: Lo que más va a llamar la atención de ustedes, en esta
primera carta, es el que esté manchada de sangre. La sangre de los bordes del
papel es mía, pero en medio hay también dos gotas de sangre del tigre que cacé
esta madrugada. (Caza del tigre, H.Q)
Toma el mismo gesto de Sarmiento cuando escribe con sangre,
rumbo al exilio, On ne tui point les
idees. Y es ese hilito de sangre es también el de los hermanos mogólicos de
La gallina degollada, y pasea entre
las páginas de Sarmiento y de los dos Quiroga.
La gallina deogllada: Su sangre, su amor estaban malditos.
Piglia destacó el hilito
de sangre que corre entre la herencia genética, la gallina degollada y la
ejecución de la niña por los hermanos. La sangre como destino.
Las cuchilladas tan frecuentes entre nuestros
gauchos habían forzado a uno de ellos a abandonar precipitadamente la ciudad de
San Luis, y ganar la travesía a pie, con la montura al hombro, a fin
de escapar de las persecuciones de la justicia. (…) No eran por entonces sólo
el hambre o la sed los peligros que le aguardaban en el desierto aquel, que un
tigre cebado andaba
hacía un año siguiendo los rastros de los viajeros, y pasaban ya de ocho los
que habían sido víctimas de su predilección por la carne humana. (D.F.S.,
Facundo)
Yo también fui acechado por el temor del tigre, que en rigor
es un puma o un yaguareté, según la zona de la Patria en la que este felino
tiene distribución. De Uspallata a Barreal hicimos con un amigo una larga
travesía por una ruta sin pavimentar que corre paralela a la cordillera de los
Andes. Era verano y fue en 2015. Entre cerros de altura considerable y vista
limpia a lo lejos, la ruta es un valle de quietud omnipresente. A poco de andar
por ella se llega al parque Nacional Leoncitos, otro nombre que se le da al
felino.
En los pueblitos aislados dentro de la selva, durante el día mismo, los
hombres no se atreven a internarse mucho en el monte, precisa Quiroga.
Y en el parque nacional se le indica al temeroso visitante:
En caso de ver un puma: no
correr, gritar fuerte, agitar los brazos.
¿Quién va a gritar?,
dijo otro porteño como yo. Yo me
muero.
Las Memorias de Paz
Me contestó que habían hecho concebir a los paisanos, que
Quiroga traía entre sus tropas cuatrocientos capiangos, lo que no podía menos
que hacer temblar a aquellos. Nuevo asombro por mi parte, nuevo embarazo por la
suya, otra vez exigencia por la mía, y finalmente, la explicación que le pedía.
Los capiangos, según él, o según lo entendían los milicianos, eran unos hombres
que tenían la sobre-humana facultad de convertirse, cuando lo querían, en
ferocísimos tigres, “y ya ve usted”, añadía el candoroso comandante, “que
cuatrocientas fieras lanzadas de noche a un campamento, acabarán con él
irremediablemente”. (José María Paz, Memorias)
Las fronteras de la
lengua
—¡Che, amigo! ¡Lindo que viniste
por aquí! ¡Macanudo tu guinche, che amigo!
Este hombre es misionero, o
correntino, o chaqueño, o formoseño, o paraguayo. En ninguna otra región del
mundo se habla así.
Otro me grita:
—¡Ah, vocé está muito bom! ¡Con
la espingarda de vocé vamos a matar o tigre damnado!
Este otro, chiquitos míos, es
brasileño por los cuatro lados. Las gentes de las fronteras hablan así,
mezclando los idiomas.
En cincos minutos me enteran de
que han perdido ya a cuatro compañeros en la boca de un tigre cebado: dos
hombres y una mujer con su hijito. (Caza del tigre, HQ)
Frontera y lengua: lenguas de frontera. También mi
experiencia de temor ante el tigre fue en una frontera: la de Mendoza y San
Juan. Y la pasión de Sarmiento no ha sido otra que la frontera entre
Facundo y
Paz.
Todo conflicto de frontera termina con sangre. El tigre de
Sarmiento o el Quiroga es una bestia de frontera. Media el desierto: en esa mediación (que
Sarmiento llama travesía) está el salvaje. El gaucho: o se civiliza o se lo
manda a la frontera.
Septiembre es el de 1955
Se sabe que Sarmiento dice que Facundo faja a su padre. Pero Facundo vuelve como el hijo pródigo.
Vean el siguiente fragmento, que incluye una palabra de tradición borgeana: reconvención.
Pasado un año, preséntase de
nuevo en la casa paterna, échase a los pies del anciano ultrajado, confunden
ambos sus sollozos, y entre las protestas de enmienda del hijo y las
reconvenciones del padre, la paz queda restablecida, aunque sobre base tan
deleznable y efímera
Y el Facundo que vuelve sigue siendo deleznable para
Sarmiento, tanto como la vuelta del indio de El cautivo de Borges, que no sabe
si –hijo o perro- reconoce a sus padres:
yo querría saber
si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer,
siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa (El cautivo, JLB)
La barbarie del hijo, la de Facundo o el cautivo, no
reconoce padres (o discursos fundadores): diezma o desmantela. “Sé que en
aquellas albas de septiembre… lo hemos sentido”, dice Borges del Facundo, de Sarmiento, en Sur. Ese “lo”
es el Facundo, ya se sabe, y ese
septiembre es el de 1955.
Otálora es Facundo
Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los orientales.
Le atraviesa el hombro una bala, pero esa tarde Otálora regresa al Suspiro en el
colorado del jefe y esa tarde unas gotas de su sangre manchan la piel de tigre
y esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente.
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