jueves, 13 de abril de 2017

Un hilito de sangre: Sarmiento, Horacio Quiroga, Borges (un registro de lectura)

También Quiroga (Horacio) temió a un tigre cebado, temió como el riojano (Facundo). Horacio cuenta a sus hijos la muerte de un tigre que lo acechaba, y lo hace en la convalecencia de la recuperación: el tigre da un último zarpazo al cazador que lo ultima, le alcanza las “costillas” y escribe mientras que se recupera.

Chiquitos míos: Lo que más va a llamar la atención de ustedes, en esta primera carta, es el que esté manchada de sangre. La sangre de los bordes del papel es mía, pero en medio hay también dos gotas de sangre del tigre que cacé esta madrugada. (Caza del tigre, H.Q)

Toma el mismo gesto de Sarmiento cuando escribe con sangre, rumbo al exilio, On ne tui point les idees. Y es ese hilito de sangre es también el de los hermanos mogólicos de La gallina degollada, y pasea entre las páginas de Sarmiento y de los dos Quiroga.

La gallina deogllada: Su sangre, su amor estaban malditos.

Piglia destacó el hilito de sangre que corre entre la herencia genética, la gallina degollada y la ejecución de la niña por los hermanos. La sangre como destino.  

Las cuchilladas tan frecuentes entre nuestros gauchos habían forzado a uno de ellos a abandonar precipitadamente la ciudad de San Luis, y ganar la travesía a pie, con la montura al hombro, a fin de escapar de las persecuciones de la justicia. (…) No eran por entonces sólo el hambre o la sed los peligros que le aguardaban en el desierto aquel, que un tigre cebado andaba hacía un año siguiendo los rastros de los viajeros, y pasaban ya de ocho los que habían sido víctimas de su predilección por la carne humana. (D.F.S., Facundo)

Yo también fui acechado por el temor del tigre, que en rigor es un puma o un yaguareté, según la zona de la Patria en la que este felino tiene distribución. De Uspallata a Barreal hicimos con un amigo una larga travesía por una ruta sin pavimentar que corre paralela a la cordillera de los Andes. Era verano y fue en 2015. Entre cerros de altura considerable y vista limpia a lo lejos, la ruta es un valle de quietud omnipresente. A poco de andar por ella se llega al parque Nacional Leoncitos, otro nombre que se le da al felino.

En los pueblitos aislados dentro de la selva, durante el día mismo, los hombres no se atreven a internarse mucho en el monte, precisa Quiroga.

Y en el parque nacional se le indica al temeroso visitante:

En caso de ver un puma: no correr, gritar fuerte, agitar los brazos.

¿Quién va a gritar?, dijo otro porteño como yo. Yo me muero.

Las Memorias de Paz

Me contestó que habían hecho concebir a los paisanos, que Quiroga traía entre sus tropas cuatrocientos capiangos, lo que no podía menos que hacer temblar a aquellos. Nuevo asombro por mi parte, nuevo embarazo por la suya, otra vez exigencia por la mía, y finalmente, la explicación que le pedía. Los capiangos, según él, o según lo entendían los milicianos, eran unos hombres que tenían la sobre-humana facultad de convertirse, cuando lo querían, en ferocísimos tigres, “y ya ve usted”, añadía el candoroso comandante, “que cuatrocientas fieras lanzadas de noche a un campamento, acabarán con él irremediablemente”.  (José María Paz, Memorias)

Las fronteras de la lengua

—¡Che, amigo! ¡Lindo que viniste por aquí! ¡Macanudo tu guinche, che amigo!
Este hombre es misionero, o correntino, o chaqueño, o formoseño, o paraguayo. En ninguna otra región del mundo se habla así.
Otro me grita:
—¡Ah, vocé está muito bom! ¡Con la espingarda de vocé vamos a matar o tigre damnado!
Este otro, chiquitos míos, es brasileño por los cuatro lados. Las gentes de las fronteras hablan así, mezclando los idiomas.
En cincos minutos me enteran de que han perdido ya a cuatro compañeros en la boca de un tigre cebado: dos hombres y una mujer con su hijito. (Caza del tigre, HQ)

Frontera y lengua: lenguas de frontera. También mi experiencia de temor ante el tigre fue en una frontera: la de Mendoza y San Juan. Y la pasión de Sarmiento no ha sido otra que la frontera entre 
Facundo y Paz.
Todo conflicto de frontera termina con sangre. El tigre de Sarmiento o el Quiroga es una bestia de frontera.  Media el desierto: en esa mediación (que Sarmiento llama travesía) está el salvaje. El gaucho: o se civiliza o se lo manda a la frontera.  


Septiembre es el de 1955

Se sabe que Sarmiento dice que Facundo faja a su padre. Pero Facundo vuelve como el hijo pródigo. 

Vean el siguiente fragmento, que incluye una palabra de tradición borgeana: reconvención.

Pasado un año, preséntase de nuevo en la casa paterna, échase a los pies del anciano ultrajado, confunden ambos sus sollozos, y entre las protestas de enmienda del hijo y las reconvenciones del padre, la paz queda restablecida, aunque sobre base tan deleznable y efímera

Y el Facundo que vuelve sigue siendo deleznable para Sarmiento, tanto como la vuelta del indio de El cautivo de Borges, que no sabe si –hijo o perro- reconoce a sus padres:

yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa (El cautivo, JLB)

La barbarie del hijo, la de Facundo o el cautivo, no reconoce padres (o discursos fundadores): diezma o desmantela. “Sé que en aquellas albas de septiembre… lo hemos sentido”, dice Borges del Facundo, de Sarmiento, en Sur. Ese “lo” es el Facundo, ya se sabe,  y ese septiembre es el de 1955.

Otálora es Facundo

Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los orientales. Le atraviesa el hombro una bala, pero esa tarde Otálora regresa al Suspiro en el colorado del jefe y esa tarde unas gotas de su sangre manchan la piel de tigre y esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente.

                          
                                                                                                               


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